Rafael Montes Rincón, alcalde de Fiñana
Como alcalde de un pueblo pequeño tengo el defecto, o la virtud, de ser muy agradecido
con cualquier pequeño detalle que se tiene con nosotros. Ya sean unas mascarillas,
productos de limpieza o cualquiera de esas cosas que se han vuelto imprescindibles
durante el último año y que hasta el comienzo de la pandemia no estaban, ni por asomo,
en nuestra lista de cosas interesantes. Lo hemos agradecido de corazón aunque nos
correspondiesen esos mismos envíos por derecho propio. Pero al igual que es de bien
nacidos ser agradecidos, también soy de los que no va a callar los atropellos que se han
cometido durante este tiempo.
Fiñana ha sido uno de los pueblos que hemos llevado muy bien el control de contagios
hasta esta tercera ola que, sencillamente, nos atizó por los cuatro costados, como a casi
todos, pero era obvio que la gente no iba a estar mucho más tiempo confinada, sin hacer
vida social o sin salir hacia cualquier lugar para buscarse la vida. Era un riesgo que había
que asumir, y sencillamente nos sumió en un nuevo episodio de caos epidemiológico.
Pero no puedo aceptar la manipulación torticera que se ha hecho de datos, situaciones y
órdenes de cierre, según la conveniencia política de uno u otro territorio.
Yo, particularmente, seré de los que pidan una investigación seria de algunos casos que
claman al cielo, porque en Fiñana hemos estado cerrados gratuitamente durante una
semana, a la espera de que se reuniese el grupo decisor que debía mandar al BOJA la
autorización de apertura. Y resulta cuando menos cuestionable que cuando tocaron a la
puerta los primeros cierres de comercios y establecimientos no esenciales, Almería capital
estaba por la mañana en más de 1.000 casos, lo que significaba cierre seguro, y por la
tarde rondando los mil para salvarse por los pelos. Es muy cuestionable que cuando tocó
reabrir hace sólo una semana, la reunión de los jueves se trasladó a un viernes. Y mira por
donde ese jueves Almería capital estaba por encima de 1.000 y el viernes ya estaba por
debajo.
Y me alegro de que todos puedan abrir, de que la gente se recupere y que poco a poco
volvamos a unos índices de contagio asumibles mientras terminan de llegar las vacunas,
pero no puedo permitir que a los vecinos de mi pueblo se les trate de una manera
diferente. No acepto que estuviésemos más de cinco días con índices que permitían la
reapertura y que tuviésemos que esperar, cuando a otros sencillamente se les esperó.
Defensor del pueblo, una acción parlamentaria o incluso llegar más allá en el terrero
estrictamente legal, porque si algo hemos aprendido en esta pandemia, es que lo que no
se ataja de raíz lleva a rebrotes.
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